lunes, 17 de noviembre de 2008

¿Cuál es su forma de pensar?

Aunque el pensar constituye una conducta invisible, tenemos consciencia de que transcurre en nuestra propia mente, y vemos los resultados de la forma de pensar de los demás en las soluciones que encuentran y las decisiones que toman. Lo que no vemos es que los engranes de la mente funcionan de muy diversas maneras en grupos de individuos.

Por ejemplo: consideremos a dos personas a punto de comprar un auto nuevo. Una de ellas lleva a cabo una investigación de consumo y un análisis financiero amplísimo; la otra, en cambio, prefiere guiarse por lo que ve y siente. Todos reunimos datos y sacamos conclusiones, pero tenemos muy diferente estilos de pensar.

El cuestionario que aquí proponemos es la adaptación de otro, más extenso; le dará a usted un atisbo de las cinco modalidades básicas que describen mejor su estilo de pensar: sintetizador, idealista, pragmático, analítico o realista.

El total más alto sugiere su estilo de pensar predilecto. Sólo el 15% de la población, poco más o menos, emplea por igual todos los estilos de pensar, mientras que el 50% tiene un sólo estilo preferido. El 35% restante obtiene alta calificación en dos o, en ocasiones, tres áreas, lo que hace que esas personas sean pensadores que cuentan con dos o tres armas de reflexión.

Cuestionario

En la casilla situada a la derecha de cada aseveración, escriba 5, 4, 3, 2 o 1, indicando con honestidad el grado hasta el cual se parece más a usted (5), o menos (1). Escriba cada número sólo una vez en cada aseveración.

A. En términos generales, asimilo mejor las ideas nuevas:

1. Comparándolas con las ideas de otros (S):
2. Comprendiendo cómo se asemejan a ideas que ya conozco (I):
3. Relacionándolas con actividades mías, actuales o futuras (P):
4. Por medio de la concentración y el análisis cuidadoso (A):
5. Aplicándolas a situaciones concretas (R):

B. Cuando leo un artículo sobre cómo ayudarse a uno mismo, doy mayor atención a:

1. Si las recomendaciones son factibles (R):
2. La veracidad, apoyada en datos objetivos (A):
3. La relación entre las conclusiones y mi propia experiencia (P):
4. El concepto del articulista acerca de lo que debe hacerse (I):
5. Las ideas obtenidas en la información (S):

C. Cuando oigo que dos personas discuten, tomo partido de quien:

1. Señala la razón del conflicto y trata de esclarecerlo (S):
2. Expresa mejor los valores e ideales implícitos (I):
3. Refleja mejor mis opiniones y experiencias personales (P):
4. Enfoca la situación con mayor lógica y congruencia (A):
5. Presenta argumentos con mayor fuerza y concisión (R):

D. Cuando me examinan o someten a prueba, prefiero:

1. Contestar a una serie de preguntas sobre el tema, que estén enfocadas en el problema y sean objetivas (R):
2. Hacer un informe por escrito que abarque antecedentes, teoría y método (A):
3. Redactar un informe superficial acerca de cómo he aplicado lo aprendido (P):
4. Rendir un informe oral sobre mis conocimientos del tema (I):
5. Sostener un debate con la participación de otros examinados (S):

E. Cuando otra persona hace una recomendación, prefiero que:

1. Tome en cuenta los inconvenientes, así como las ventajas (S):
2. Muestre cómo apoyaría la recomendación (I):
3. Indique claramente qué ventajas se obtendrán al aceptarla (P):
4. Apoye lo que recomienda con buena información y un plan definido (A):
5. Muestre cómo se podrá llevar a cabo esa recomendación (R):

F. Cuando reflexiono en un problema, es probable que:

1. Trate de imaginar cómo podrían resolverlo otras personas (R):
2. Intente encontrar el mejor método para resolverlo (A):
3. Busque maneras de lograr que el problema se resuelva rápidamente (P):
4. Trate de relacionarlo con un problema o teoría de mayor amplitud (I):
5. Piense en cierto número de medios opuestos para resolverlo (S):

Sume las calificaciones correspondientes a cada letra y anote los resultados en las letras inferiores. Las letras son iniciales, y corresponden a cada uno de los cinco estilos más comunes de pensar.

Totales:

S:
I:
P:
A:
R:

Resultados:

El sintetizador

Usted es una persona creativa y estimulante, que hace andar a todos de cabeza. Su fascinación por la filosofía especulativa lo aparta de las realidades concretas que son importantes para todos los demás.

Vislumbra usted varias maneras distintas de considerar cualquier posible verdad. El resultado es que discute siempre con vehemencia. La mayoría de las personas son pensadores lineales, que pasan de un pensamiento a otro en secuencia lógica. Usted salta de un pensamiento a otro, y a menudo los demás se quedan desconcertados.

Si su cónyuge o su mejor amigo es sintetizador, y usted no, recuerde que el sintetizador considera las discusiones no como algo que debe ganarse, sino como diversión. Si se sale por la tangente, deje que lo haga un rato; probablemente esté a punto de ocurrírsele una idea creativa. Sin embargo, debe prepararse para aportar la dosis de sentido práctico, sin llegar a destruir el entusiasmo del sintetizador.

El idealista

El idealista persigue el consenso apoyándose en las similitudes. Sabe escuchar, y se compromete con las metas, los valores y lo que sea conveniente para los demás; aprecia mucho la rectitud moral y la integridad. A menudo se reprueba a sí mismo por no haber logrado cumplir sus altas aspiraciones, y se desilusiona al ver que los demás se comportan con pocos escrúpulos o pasan por alto sus valores morales.

Más que a nadie, al idealista le preocupa el futuro. Pero suele exagerar al brindar apoyo a quienes no lo necesitan o no lo desean.

Si vive usted con un idealista, tome en cuenta que tal vez tenga expectativas carentes de realismo en cuanto a sí mismo y a los demás. Pregúntele de vez en cuando qué espera de usted y de sus hijos, por ejemplo. Tendrá que hablar con esta persona de metas y planes a largo plazo.

El pragmático

Si es usted una persona de pensar pragmático, tiene una visión positiva y dinámica de la vida misma. Como cree en que debe hacer hoy todo lo posible, jamás lo agobian los problemas. Sabe que mañana le brindará otra oportunidad para tratar de resolverlos.

Aunque ya ve con claridad hacia dónde va, y capta bien la realidad, la planificación pormenorizada no es su punto fuerte. Se concentra en hacer lo que se pueda, con los medios a su alcance. Es persona innovadora, está llena de recursos y no se estanca por querer hacer todo de la mejor manera posible.

Acepta las transacciones, el tomar y dar, y es maravillosamente adaptable, porque no siente la necesidad de enfrentarse a todo el mundo a la vez. Reduciendo a la oposición a sus verdaderas proporciones, usted puede vérselas, lleno de entusiasmo, con lo que parece una tarea imposible. Posee usted, en mayor grado que los demás, un excelente sentido de táctica, así como el toque maestro para negociar.

No espere usted que si hay un pragmático en su vida, él o ella trace planes para el futuro. Fijarse demasiados objetivos agobiaría a esta persona.

El analítico

Si usted es analítico, piensa que existe una mejor manera para hacer casi cualquier cosa. Para encontrar esa manera, el analítico decidirá racionalmente en qué consiste el problema, compilará pacientemente los datos y luego buscará cuidadosamente la fórmula correcta. Una vez hallado el mejor método, tal vez quede para siempre fijo en su mente. Por lo menos, hasta que algo mejor - y habrá que demostrarlo rigurosamente - se le presente.

El analítico es un pensador en términos concretos. Los sentimientos, deseos y fantasías, para él, pueden existir, siempre y cuando no ocupen una parte considerable en la toma de decisiones. También considera extemporáneas las lisonjas y las alabanzas. Por desgracia, su interés por la exactitud y la perfección, sin que las endulce ningún halago, pueden darle la imagen de ser despótico y ultra exigente.

Si algún miembro de su familia es analítico, tal vez sienta usted frustración por su interminable exigencia en que siempre se puede encontrar un método mejor. No interprete como reprobación la falta de entusiasmo; los analíticos tienden a cavilar mucho. Y trate de asegurarse de que el balance en su talonario de cheques esté correcto mes tras mes. Los analíticos consideran que la eficiencia equivale a la competencia.

El realista

Todo cuanto el realista sienta, oiga o viva, en cualquier forma, es para él una realidad emocionante. Todo lo demás es imaginación o teoría y, por tanto, no tiene gran utilidad. Le agradan los hechos, especialmente los que tiene enfrente, porque supone que el mundo es siempre tal como él lo ve.

Desconfía de las transacciones conciliatorias, de las síntesis, del idealismo y de las maneras suaves de tratar con el mundo. Ve claramente sus objetivos y no comprende por qué los demás no pueden verlos de esa manera. Aunque comparte con el pragmático la buena disposición para avanzar sin analizar ni profundizar demasiado, se aparta rápidamente en cuanto la conversación se convierte en una transacción conciliatoria.

Cuando trate usted con un realista, manifieste sucintamente los conceptos, sin entrar en demasiado detalle. Defienda sus ideas. Los realistas menosprecian a las personas condescendientes. Si ha aceptado algo, hágalo; la palabra no cumplida saca a relucir el peor aspecto de la personalidad de los realistas.

Conclusión

Cualquiera sea su estilo de pensar, recuerde que puede tener aspectos de varios de los mencionados.

En todo caso, ahora tendrá algo más claro cuál/es su forma particular. En base a esto, adapte las tareas a su modo personal de pensar, y acepte empleos que se presten mejor a su estilo. Pero rétese a sí mismo, en ocasiones, intentando algo que no le resulte tan natural. Todos somos capaces de ensanchar nuestra mente, y vale la pena hacer un pequeño esfuerzo para aprender nuevas estrategias de raciocinio.

Timidez y soledad

Por: Andrés Silva
Psicoterapeuta

Más o menos veces, con mayor o menor dolor, todos vivimos momentos de timidez y soledad en la vida. La diferencia es: cuánto se repiten, con qué intensidad y qué capacidad tenemos disponible para salir de esos “agujeros negros” en que eventualmente caemos.

Lo primero que hay que comprender es que es normal sufrir timidez o inseguridad en determinadas situaciones donde nos sentimos en una situación de inferioridad o desconocimiento de cómo actuar. Del mismo modo, es comprensible el deseo de aislarse después de un trauma, como la muerte de un ser querido o la ruptura de una relación.

Ahora bien, cuando estos estados - comprensibles - comienzan a aparecer con frecuencia, el asunto puede convertirse en un problema serio, dañando la vida emocional, social y afectiva de la persona.

¿Quiere librarse de estas pesadillas?

Deje atrás la soledad

Aislarse del mundo para encerrarse en casa o en el trabajo y así matar el tiempo libre es dañino para cualquiera. Hay quienes ante el mismo dolor prefieren asumir lo pasado como aprendizaje e intentan seguir adelante, sin negarse el dolor pero no teniendo el sufrimiento como lo único existente. Otras personas buscan compañía de la cual recibir apoyo y contención. Otros son felices con su propia compañía y aprovechan de meditar y buscar salidas efectivas del problema y ponen toda su fuerza en cumplir su deseo. Otras... se quedan solas “porque no tienen opción”.

Cuando comenzamos a observar la vida que transcurre a nuestro lado, comprendemos que muchísimas situaciones traumáticas no producen ese aislamiento. Pero sin duda son tan fuertes que “casi” justifican querer enterrar la cabeza bajo tierra, como un avestruz. Hay situaciones deprimentes como un duelo, una ruptura, la pérdida de un amigo, cambiar de empleo, ciudad o país que explican perfectamente nuestra necesidad o deseo de aislarnos.

Pero si la actitud es positiva, no nos estancaremos en esa situación, proyectándonos solos e infelices para siempre. Por el contrario, haremos uso de esa soledad para revisar nuestra vida y tomar nuevas fuerzas. Será nuestro momento de conocernos a nosotros mismos. Aislarnos por un tiempo puede ser una gran experiencia, por ejemplo, para probar y conocer cosas que deseamos sin rendir cuentas a los cercanos. Son los momentos de la verdad y la oportunidad de rehacer nuestra vida, dejando atrás lo insatisfactorio y rehaciendo lo bueno para que nada de lo que extrañamos nos falte.

Ahora bien, ¿qué hacer cuando la soledad comienza a incomodarnos? La respuesta es natural y sencilla: comenzar a abrirnos al mundo partiendo desde lo más cercano. Conocer vecinos, compañeros de trabajo o estudio, hablar con las personas que trabajan cerca de nuestro domicilio, etc. Desde allí comenzar a abrirnos a los nuevos círculos. ¿Por qué partir desde lo cercano? Porque son instancias de contacto más frecuente. De nada aprovecha conocer extraños si no les volveremos a ver. Eso sólo aumentaría nuestra frustración. Pero si a cambio, quienes conocemos nos presentan a sus conocidos, en poco tiempo nuestra red de contactos irá aumentando a través de personas confiables.

La experiencia nos dice que muchas de esas personas están igualmente interesadas en conocer a otros e incluso hasta puede causarles curiosidad nuestra historia personal. Y poco a poco iremos conociendo gente con nuestras mismas afinidades e intereses. El mismo principio hace recomendable comenzar a frecuentar grupos de aficionados a nuestros intereses (clubes, círculos de estudio, asociaciones, grupos, etc.) donde desde ya comenzaremos con un buen tema en común.

Lo importante es empezar a establecer relaciones e ir conquistando poco a poco esa vida social que deseamos construir. También podemos intentar contactar antiguas amistades que perdimos en el tiempo por falta de comunicación.

Finalmente, el punto sobre el que se basa nuestro cambio es la actitud. Nadie desea estar con alguien de mal espíritu y mala voluntad, que todo el tiempo se queja y acentúa sólo lo malo (*). Todos evitamos permanecer junto a personas que nos contaminarán con su aire enrarecido a queja. La buena voluntad nace espontáneamente cuando vemos sufrir a una persona de buena voluntad.

Si aprovechamos este aislamiento para mejorar en todos los aspectos, quienes comiencen a conocernos quedarán gratamente sorprendidos desde el primer momento y el fin de la soledad habrá comenzado.

Acabe con la timidez

Una persona tímida no es quien se horroriza de entrar en contacto con los demás hasta paralizársele el corazón. Eso es sólo un caso extremo. Una persona tímida es más bien aquella que siente ansiedad y disgusto al relacionarse con otras a las que siente superiores o desconocidas por algún motivo. Una persona poderosa o muy atractiva, el grupo de amigos que puede “darse cuenta” de algo que uno trata de ocultar o situaciones con desconocidos en que no sabe qué hacer. Todas son situaciones donde el tímido preferiría huir. Y de hecho, las evita.

El adolescente que evita salir con amigos para refugiarse en su casa, la mujer que transpira sudor frío en grupos de extraños o el profesional que limita sus contactos a lo estricta – y forzosamente – necesario o profesional, son ejemplos de tímidos frecuentes.

Entonces, ¿qué hacer con la timidez?

Atienda sus límites. Forme una lista de situaciones y personas que le desagradan por su timidez. Ahora, con firmeza pero sin prisa, enfrente uno a uno sus temores hasta vencerlos. Con el tiempo y sus conquistas, adquirirá el valor para liberarse del problema.

Dé paseos. Una recomendación que siempre doy a mis pacientes es comenzar a dar paseos frecuentes. Además de mejorar el estado físico y favorecer la oxigenación cerebral, un paseo permite acercarnos a los demás, conocer personas, compartir momentos y aumentar los límites imaginarios de nuestro “hogar”

Use la lógica inversa. Si todos esperan conocer personas abiertas y extrovertidas, una persona misteriosa y reservada resulta hasta atractiva e interesante. Si teme acercarse y tomar la iniciativa, dirija miradas y señales de interés hasta que la otra persona – sin tantos problemas de relacionamiento – se acerque y hable. Ya entrando en contacto, la relación se hace más fluida si evitamos quedarnos mudos e inmóviles después de lo que provocamos.

Entrénese. Aproveche las relaciones que hasta ahora funcionan mejor para intentar provocar estados de humor positivos, como un experimento. Aprenda a reír y a hacer reír. Acostúmbrese a dirigir elogios a los demás y dé las gracias a los desconocidos cuando le presten un servicio. Luego puede intentar provocar los mismos estados emocionales positivos cuando esté en presencia de desconocidos, en situaciones de confianza como una fiesta, un espectáculo deportivo, una reunión social o familiar, etc.

Pida ayuda. Lo mejor que se puede hacer en estos casos es recurrir a profesionales. ¿Quién mejor que un especialista para ayudarnos a salir del agujero en que estamos metidos? Una mano externa, que no nos juzga y desea enseñarnos a actuar como deseamos y nos “limpia” la vida de los traumas que nos limitan, es lo indicado cuando “no podemos” por nosotros mismos. En lo posible, procure un especialista en desarrollo personal más que un analista. Para estos casos, lo más recomendable es el aprendizaje y la superación, alguien que le guíe en el proceso. Piénselo: ¿qué mejor paso podemos dar que salir del sufrimiento?

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(*) Acentuar lo malo: A diferencia de la caricatura que pone a una persona viendo “sólo” lo malo, el error más dañino es “acentuar” sólo lo malo, porque no negamos lo bueno, sino que comenzamos por “no niego que exista todo eso bueno pero…” y así empieza una larga lista de quejas y protestas por lo que nos ha tocado vivir. Se trata de un truco mental sumamente tóxico, porque aparenta ser objetivo al considerar “las dos caras de la moneda”, si bien no es más que de un engaño que nos mantiene constantemente en la visión negativa de las cosas.

Midiendo su salud mental

Este artículo está dirigido a ayudar a las personas a comprender que la buena salud mental es algo que se puede lograr. Hay distintas formas de conseguirlo. Aunque muchos piensan que la buena salud mental es tan importante como la buena salud física, la realidad es que una gran porción de la población no sabe cuándo puede estar necesitando una ayuda para mantener o alcanzar la buena salud mental y/o emocional que necesita. ¿Cuáles son los signos de alarma? ¿Qué se debe hacer para mantener y mejorar la salud psíquica?

Para la mayoría, la vida es una rutina diaria de supervivencia, crianza de la familia, resolución de pequeños problemas, pago de cuentas, atención de necesidades físicas y productividad. Es lo que podría ser una vida positiva, activa y gratificante. Pero, en ocasiones, el estrés y las preocupaciones cambian la actitud, el comportamiento y la capacidad de afrontar distintas situaciones. Usted puede incluso no haber notado el cambio, pero seguramente quienes le rodean sí lo han hecho.

¿Cuándo debería buscar ayuda emocional?

Cuando las cargas emocionales se vuelven abrumadoras, es necesario buscar ayuda psicológica. Esté atento/a a los sentimientos y comportamientos que sugieren esta necesidad.

- Si experimenta tristeza extrema, depresión o ansiedad con frecuencia o continuamente.
- Si tiene sentimientos de desaliento, sinsentido y/o pesimismo extremo con frecuencia o constantemente.
- Si está continuamente sintiéndose solo/a y desvalido/a.
- Si llora con facilidad y frecuencia sin razones aparentes.
- Si tiene una irritabilidad exacerbada, y muchas cosas le molestan o enfadan.
- Si no puede dormir, o duerme demasiado.
- Si discute con facilidad y entra con frecuencia en ciclos de conflicto.

Evidentemente, además de lo dicho debe buscar ayuda inmediata si tiene pensamientos de muerte o suicidio.

Aparte de la ayuda psicológica de un profesional, existen también otras herramientas que debe considerar. No hay límite para lo que podemos hacer por mantener nuestra propia salud mental. Esta lista le dará algunas ideas y puede ayudarle a encontrar muchas actividades y guías a tomar en cuenta:

- La buena comunicación ayuda: mantenga buenas relaciones con quienes le rodean.

- El balance es importante: trabajo, juego, relajación, pensamiento, alimentación saludable y ejercicio.

- Aprender a controlar el estrés, resolver problemas y descansar lo necesario.

- Buscar tiempo para hacer cosas que disfruta.

- "Mente sana en cuerpo sano". No es sólo un dicho griego. Es realmente importante. Debe preocuparse por su salud. Mejore la calidad de su alimentación, vigilando particularmente el aporte proteico, vitamínico y mineral.

- Priorizar correctamente en su vida: hacer las cosas importantes primero y aceptar la propia capacidad para ir haciendo lo que queda apenas sea posible.

- Hacer las tareas a tiempo: la dilación causa estrés y ansiedad.

- Compartir sus sentimientos con otros y escuchar lo que ellos tienen a su vez para decir.

- Siempre buscar ayuda profesional si comprende que la necesita.

La salud psicológica está directamente relacionada a los comportamientos, actitud y decisiones que se toman cada día. Sea proactivo/a. Haga algo positivo por el logro de aquello que desea y por un aumento del bienestar de todos: valórese a usted y a quienes le rodean. Y recuerde: La persona más importante para lograr su salud emocional y psicológica es usted mismo.

Mejor toma de decisiones

Uno de los motivos más frecuentes de consulta son los estados ansiológicos, es decir, aquellas situaciones donde el "deber" está por encima del "querer", y las urgencias complican las prioridades. Aprender a ordenar esas prioridades con un sentido práctico y aplicable en nuestras vidas es la primera función terapéutica a atender.

Usted tiene que tomar una decisión importante. ¿Qué hace? ¿Pasa mucho tiempo analizando la situación, toma una decisión, y todavía no está seguro de estar haciendo el movimiento correcto? ¿O decide en un momento y no se siente confiado de estar haciendo la mejor elección?

La mayoría de las decisiones se hacen después de una mirada rápida a una pequeña porción de las alternativas y factores relevantes. Con frecuencia nos apoyamos en el aspecto emocional y tomamos decisiones con un simple momento de deliberación. Para la mayoría de nuestras decisiones diarias (¿qué haré hoy para comer?), esto es apropiado. De hecho, si deliberásemos largamente sobre cada decisión, la vida se detendría y no podríamos terminar de hacer nada.

Las decisiones que enfrentamos raramente son de vida o muerte. Muchas de ellas, especialmente las complicadas, se benefician de un proceso tranquilo y estructurado.

Un proceso estructurado nos permite considerar muchas alternativas, perspectivas y factores, y nos ayuda a poner de lado la influencia emocional para mirarla con mayor objetividad. Esto generalmente dará mayor confianza en la decisión y abrirá la mente a otras posibilidades.

Por ejemplo, supongamos que usted tiene que decidir a qué universidad ir. Primero, observe su objetivo. ¿Cuál es el resultado deseado de esta decisión? Suele suceder que declarando el objetivo de distintas formas se nos abren nuevos factores y alternativas. Por ejemplo, si cambio mi objetivo de "ir a la universidad" por "obtener educación", ahora tengo otras alternativas para considerar, como institutos de formación técnica, de formación profesional, especializaciones en orientación y asesorías, etc.

Observe sus alternativas. La mayor parte de las decisiones tienen muchas alternativas. Sin embargo, es fácil quedarse atrapado sólo en un par. Saque ideas, piense. Considere alternativas tales como sus sueños, aquellas que ha eliminado por el precio, las que ni siquiera ha pensado en alcanzar, etc. Considere agregar las posibilidades del mejor y el peor de los casos, las opciones más baratas y las más caras. Trate de no censurarse en esta etapa. Permita que el proceso exponga absolutamente todas las opciones posibles.

Si tiene más que sólo dos alternativas, una técnica valiosa es ponerlas en pares y escoger entre dos cada vez. Por ejemplo, si tiene tres alternativas (A, B y C), primero escoja entre A y B, después entre A y C, y luego entre B y C. Sólo dos a la vez. Otorgue un puntaje a cada alternativa cuando la escoja. La alternativa con más puntos es la solución preferida. Esta técnica le dará una medición más rápida también, porque es más sencillo resolver entre dos alternativas que entre un listado de ellas.

Si el proceso de alternativas en pares no ha revelado una ganadora clara, es tiempo de hacer una lista de pros y contras de cada una.

¿Quién o qué influirá en su decisión?

El "quién" será su perspectiva decisora. ¿Quién tendrá algo que decir en su decisión? ¿Quién tendrá interés en el resultado de su decisión? Cada una de sus perspectivas le dará una opinión diferente sobre cuáles factores son a favor y cuáles son contras.

El "qué" serán los factores decisores. ¿Qué criterio usará para decidir? Por ejemplo, en la decisión sobre la universidad los factores relevantes podrían ser: matrícula, reputación del establecimiento, número de estudiantes, distancia de la casa, etc.

Anote cada factor en la lista correspondiente. En una universidad pública, por ejemplo, la matrícula estará en la columna de "pros", mientras que la privada la tendrá en "contras". Al final de este trabajo posiblemente ya tenga más claro qué escoger, pero si este proceso tampoco revela una decisión obvia, es tiempo de hacer un análisis más profundo.

Tome los factores que son relevantes para su decisión y asigne un valor deseado a cada uno. Por ejemplo, usted puede tener mayor interés en la reputación de la universidad que en la distancia en que se encuentra. Asigne un 5 a la reputación y un 2 a la distancia, por ejemplo, y así en adelante.

Este sistema le mostrará más claramente aún cuáles son los aspectos que le importan más, y cuál de las alternativas se acerca mejor al ideal.

La toma de decisiones puede ser un factor de estrés en la vida cotidiana. Conocer distintos sistemas para alcanzar una solución que nos deje tranquilos es fundamental para llevar este tipo de situaciones a buen puerto, y tener la confianza de que la decisión final será muy probablemente acertada.

¿Atrapado/a en su vida?

Hablemos sobre elecciones. Aunque parezcamos estar llevando una vida predecible e incambiable, no tiene por qué ser así. La vida tiene que ver con seguir sueños y apasionarse. ¿Qué queremos para esta vida? Debemos ir por ello.

A veces es difícil ver que hacemos elecciones. En ocasiones sentimos que estamos atrapados por las circunstancias o por decisiones previas que hicimos y nos han llevado a donde estamos ahora. Pero en realidad no estamos verdaderamente atrapados. Para citar un antiguo dicho, "donde hay una voluntad, hay un camino". Debemos pensar creativamente. Tal vez sea necesario acudir a fuentes externas. Incluso puede ser necesario tomar decisiones fuertes. Lo importante es que, aunque vivimos en un mundo de relaciones y no estamos solos tomando nuestra propia vía en desmedro del resto, sí podemos decidir muchas cosas respecto a la forma en que usamos nuestro tiempo, nuestro enfoque, dinero y energía.

Si tomamos algo de tiempo en aclarar nuestras prioridades, habrá un premio. Sabremos qué hay que innovar y buscaremos la forma de lograr que esto se haga realidad. No nos quedemos detenidos en el pensamiento de "es imposible" o "no hay manera". Hay una forma. Es posible. La respuesta puede ser muy distinta a la que hemos supuesto en un principio, pero de ser bien aplicada, funcionará. Salga de su caja mental, y piense... Después de todo, esta es la vida que tenemos para vivir.

¿Hay algún área de su vida en la que se sienta atrapado/a o atascado/a? ¿Qué necesita para liberarse de esa situación? Desafíese (y pida ayuda a su familia y/o amigos) y reflexione en todas las vías posibles, aún las más extraordinarias. Existe la posibilidad de que encuentre la solución, o al menos alguna vía de acción para alcanzar sus sueños. No pierda más tiempo de su recurso más valioso y limitado: su vida. Avance hoy. No se quede atrapado/a, ¡comience a actuar!

Manejando su enojo

Muchas cosas pueden producir enojo. Si usted no es capaz de canalizar la reacción psicológica efectivamente, el descontrol le hará actuar o decir cosas de las que después puede arrepentirse.

Cuando usted se enoja hay una serie de reacciones en cadena que le harán sentirse irritable, frustrado/a y miserable. Sin embargo, todas estas reacciones ocurren en su mente y los procesos mentales que le hacen sentirse así afectan a sus acciones físicas. Usted necesita entender que mientras esos sentimientos ocurren en su mente, usted tiene la capacidad de hacerse cargo de ellos y controlarlos de tal forma que pueda dirigir las acciones que ejecutará a continuación. Todo se trata de tener la elección de hacer o sentir lo que desea. Puede sentirse mal, o puede motivarse a usted mismo/a. Cualquier cosa que haga, siempre será su elección.

Aquí mencionaremos entonces algunos métodos que le ayudarán a manejar su enojo o ira:

1. Analice la situación que le hace enojar

Vea cómo y por qué se siente así. El enojo puede ser causado por un evento externo, como quedarse detenido en un atasco de tráfico y tener la preocupación de llegar tarde a una cita importante. También puede deberse a un evento interno, como por ejemplo, que alguien dijera algo sobre usted que no es cierto. Le hará sentir resentimiento y enojo contra esa persona y probablemente querrá rectificar esa situación. En ambas situaciones, si está imposibilitado/a de hacer algo porque va más allá de su control, se siente furioso/a, y esto afecta su pensamiento y su habilidad de razonar. Allí es cuando debe canalizar su ira. Intente resolver la situación si puede, y si no es posible, aprenda a seguir adelante. Quedarse ofuscado, aferrado a lo que ha ocurrido, sólo empeorará las cosas para usted.

2. Analice a las personas

Aquellos que están en su vida pueden influenciarle en más formas de las que piensa. Si siempre está en compañía de personas que tienen la tendencia de perder los estribos con facilidad, esto también afectará su sentido de balance interior. Cuando usted alterna con gente de ese tipo, terminará posiblemente actuando parecido.

Tal vez no pueda siempre evitar a esa clase de personas, pero en ese caso será positivo mantener la conciencia de que usted es quien está a cargo de sus propios sentimientos.

Intente asociarse con personas calmadas y pacíficas. Observe cómo manejan sus enojos y busque la forma de imitarlos en eso. El ser humano tiende a adquirir con facilidad los vicios y las virtudes de quienes les rodean.

3. Aprenda a reírse de los errores que cometa

La vida no siempre es fácil. Usted encontrará obstáculos y en ocasiones se caerá. Si cada vez que pasa algo malo usted se enoja y dice: "¿¡Por qué a mí!?", le resultará difícil encontrar paz en su interior. La verdad es que a todos les ocurren cosas malas, y todos cometen errores, o sufren problemas en algún momento de sus vidas. Cuando pensamos que lo que nos ha ocurrido es desafortunado e injusto, olvidamos que la vida se compone de estos vaivenes, y que podemos ponernos de pie y superarlos, o quedarnos ofuscados en el suelo.

La única forma de manejar el sentimiento de pavor que nos lleva a la ira es aprender a reírnos de los errores que cometemos. Cuanto más sea usted capaz de hacerlo, mayor paz interior alcanzará, y mejor manejará las situaciones y a las personas que le han hecho molestarse.

4. Desarrolle una buena auto-imagen

Se trata de su habilidad de visualizarse a usted mismo/a como quien es y lo que es capaz de hacer. Si usted tiene baja autoestima, entonces sus acciones reflejarán esa auto-imagen negativa, afirmándole en el concepto equivocado. Por el contrario, si mantiene una buena autoestima, actuará adecuadamente, y recibirá de los demás el respeto que corresponde.

Una carencia de auto-imagen con frecuencia indica un sentimiento de inseguridad y un miedo a lo desconocido o incierto. Esto le impedirá tomar buenas decisiones y creará una sensación latente de enojo dentro suyo. Si no se hace nada, este sentimiento crecerá hasta convertirse en emociones tóxicas tales como odio, envidia y furia, que le causarán consecuencias funestas.

Usted puede aumentar su autoestima confiando más en sus habilidades y capacidades. La fe en sí mismo le hará ser y hacer lo que desea. Sólo quien tiene fe en sí mismo puede resultar confiable a los demás.

Ataques de pánico

"De pronto, siento una tremenda ola de miedo por ninguna razón. Mi corazón late desbocado, me duele el pecho, se va haciendo difícil respirar. Creo que voy a morir".

"Tengo tanto miedo. Cada vez que voy a salir, tengo un horrible sentimiento de vacío en el estómago, y tengo el temor de que me venga otro ataque de pánico, o de que otra cosa terrible y desconocida vaya a suceder".

Los ataques de pánico aparecen repentinamente, sin una causa aparente ni dar aviso. Estos episodios pueden ocurrir en cualquier momento, incluso mientras se duerme. Una persona que los experimenta puede creer que está sufriendo un ataque de pánico o que su muerte es inminente.

El miedo y el terror que se experimenta en este estado no está en proporción con la verdadera situación y puede no tener relación con lo que está ocurriendo a su alrededor.

Entre sus síntomas, pueden incluirse:

- Latidos fuertes o acelerados del corazón.
- Dolor del pecho
- Molestia estomacal
- Vértigo, mareos, náuseas
- Dificultades para respirar, sensación de sofoco
- Zumbido o entumecimiento de las manos
- Acaloramientos o escalofríos
- Sensación de adormecimiento o distorsión de la percepción
- Terror: la sensación de que algo inimaginablemente horrible va a ocurrir y que uno es incapaz de evitarlo
- Miedo de perder el control y hacer algo embarazoso
- Miedo de morir

¿Qué son los ataques de pánico?

Los ataques de pánico pueden ser síntomas de un desorden de ansiedad. Estos ataques son un problema creciente en esta época. Muchos adultos han tenido uno de estos ataques alguna vez en
su vida.

Los síntomas son diferentes de otros tipos de ansiedad, porque aquí son repentinos y con frecuencia inesperados, aparecen sin provocación y con frecuencia inhabilitan al que los sufre.

Un ataque suele alcanzar su punto más alto dentro de los diez minutos, pero algunos síntomas pueden llegar a durar mucho más.

Una vez que una persona ha tenido un ataque de esta índole, mientras conduce, compra en un negocio lleno de gente, o sube por el ascensor, por ejemplo, puede desarrollar temores irracionales, llamados fobias, en relación a estas situaciones, y comienza a evitarlas.

Eventualmente, este patrón y el nivel de ansiedad sobre la posibilidad de otro ataque, puede alcanzar el punto en donde el individuo sea incapaz de conducir o incluso de poner un pie fuera de su casa. En este caso, la persona tiene un desorden de pánico. Por eso, los desórdenes de pánico tienen un impacto muy serio en una vida cotidiana del que los sufre, y requiere de un tratamiento efectivo para ayudarle a solucionar el problema.

¿Qué causa de los ataques de pánico?

De acuerdo a una teoría, el "sistema de alarma" normal del cuerpo, el conjunto de mecanismos mentales y físicos que permiten que una persona responda ante una amenaza, tiende a gatillarse innecesariamente, cuando no hay peligro.

Los científicos no saben exactamente por qué ocurre, o por qué algunas personas son más susceptibles a este problema que otras.

Con frecuencia, los primeros ataques pueden aparecer por una enfermedad física, un momento especialmente estresante de la vida, o tal vez por medicaciones que aumentan la actividad de una parte del cerebro involucrada en las reacciones del miedo.

¿Cuáles son los actuales tratamientos?

Gracias a las investigaciones, hay distintos tratamientos disponibles, incluyendo mediaciones efectivas, y formas específicas de psicoterapia.

Cuando se usan en la persona apropiada, con un monitoreo constante, las medicaciones pueden ser bastante efectivas como parte del tratamiento de un desorden de pánico. Sin embargo, como cualquier cosa ingerida conlleva el riesgo de efectos secundarios, es importante trabajar de cerca con el doctor para decidir cuál es el tratamiento que debe administrarse en cada caso particular. Además, la medicación no tiene una influencia totalmente directa sobre la psicología de la persona, que debe aprender a afrontar de una manera diferente sus conflictos, y allí es cuando ingresa la segunda parte del tratamiento.

El componente de psicoterapia es muy importante. De hecho, la combinación de medicación y psicoterapia es mucho más efectiva que el uso de una sola parte. Para calmar la ansiedad, la terapia cognitiva de comportamiento es bastante aceptada como una forma efectiva de psicoterapia. Esta forma de terapia busca ayudar a quienes sufren ataques de pánico identificando y disminuyendo los pensamientos y comportamientos irracionales que refuerzan los síntomas del pánico. Las técnicas de comportamiento que suelen usarse para disminuir la ansiedad incluyen técnicas de relajación y el aumento gradual de la exposición a situaciones que antes acrecentaban la ansiedad del individuo.

Con frecuencia, una combinación de psicoterapia y mediaciones produce buenos resultados. La mejoría es usualmente notada en un período bastante corto, alrededor de dos o tres meses. Un tratamiento apropiado de desorden de pánico puede prevenir de ataques o al menos reducir sustancialmente su severidad y frecuencia, trayendo del 70 al 90% de personas que los sufren.

También hay cosas que las personas con este problema pueden hacer para colaborar con la efectividad del tratamiento. Deben evitarse sustancias como cafeína, alcohol, drogas ilícitas, que pueden empeorar los ataques de pánico. Puede ser muy útil hacer ejercicios aeróbicos, y técnicas de control del estrés tales como ejercicios de la respiración y yoga.

Además, quienes tienen desórdenes de pánico pueden necesitar tratamiento para otros problemas emocionales. La depresión suele estar relacionada con estos desórdenes, al igual que el abuso de alcohol y drogas.

Recientes investigaciones sugieren que los intentos de suicidio son más frecuentes en personas con desórdenes de pánico. Afortunadamente, estos problemas asociados con el pánico pueden superarse efectivamente, así como el desorden de pánico mismo.

Trágicamente, muchas personas con ataques de pánico no buscan o reciben tratamiento.

¿Qué ocurre cuando no se tratan los ataques de pánico?

Los ataques de pánico tienden a durar meses o años. Mientras suelen comenzar en la adultez joven, en algunas personas los síntomas pueden surgir antes o después en su vida.

Si se deja sin tratamiento, puede empeorar hasta el punto en que la vida de la persona se vea seriamente afectada por ataques de pánico y por sus intentos de evitarlos. De hecho, muchas personas han tenido problemas con amigos y familia, o perdido trabajos, intentando controlar sus ataques de pánico.

Puede haber períodos de mejoría espontánea en los ataques, pero no suele desaparecer por completo a menos que la persona reciba los tratamientos diseñados específicamente para ayudar a quienes sufren este desorden.

Cambiar para vivir

Por: Andrés Silva
Psicoterapeuta

La historia personal – como la de la humanidad – no se muestra pareja. Los períodos de paz y de orden siguen con períodos de caos y conflictos. Pero, ¿esto significa que siempre deba ser así, como si de una ley universal se tratase?

Las tormentas de la vida dejan siempre saldos de víctimas numerosas. Náufragos materiales, morales o espirituales que sucumben al embate de los malos tiempos. Otros, pocos pero notables, parecen reponerse y hasta hacerse más fuertes y listos, como si aprovecharan los temporales para hinchar las velas del barco de sus vidas.

¿Qué hace la diferencia? Lo que hace a unos fuertes y a otros les mata es la capacidad del cambio. Es una fuerza interior poderosa, capaz de elevar o hundir a dos personas que atraviesan la misma circunstancia.

Los superiores toman la experiencia trabajándola hasta conseguir habilidades y destrezas nuevas, capaces de colocarles en ventaja respecto al nuevo estado de cosas. En su mente y actitud, las circunstancias que cambiaron servirán para sacar sus talentos a relucir. Pero, ¿significa esto que no se vean moral o anímicamente afectados por los golpes de la vida? No. Incluso muchas veces son acicateados por dolores mucho más intensos. La diferencia está en cómo resuelven su dolor.

No son seres superiores, dotados de algún tipo de poder místico, ni criaturas extraordinarias favorecidas por una suerte caprichosa. Son personas como todas, diferentes tan sólo en esta capacidad de cambio. Una capacidad humana que todos – sin excepción – poseemos.

El registro del dolor

Los tiempos malos no son igualmente dolorosos. Para unos, las heridas que sangran provienen de injusticias terribles. Para otros, abusos físicos o verbales que nunca se repararon. En otros más, sus emociones sangran continuamente. Y hay quienes, en fin, cargan consigo sufrimientos psicológicos, morales y materiales, angustias e incertidumbres difíciles de enumerar por su cantidad y variedad.

Lo común de todas estas heridas son sus huellas. Estas marcas que llevamos con nosotros se traducen en temores y golpes a nuestra autoimagen. Nuestra autoestima herida será el filtro con que comenzaremos a escoger actuar o no - y cómo hacerlo - ante la vida.

Con el tiempo, lo curioso es que aquella circunstancia fue pasajera, la “mala racha” quedó atrás, pero seguimos apegados a su efecto y aferrados a la manera que escogimos de sentir, pensar y actuar.

¿Por que, entonces, construimos el futuro desde ese recuerdo del pasado? ¿Por qué renunciamos a las nuevas oportunidades? ¿Por qué nos empeñamos en recrear diaria y continuamente el recuerdo doloroso y nuestra impotencia se prolonga mucho más allá de lo concebible? Ya lo anticipamos: falla el poder del cambio.

El mito de Sísifo

Como en el mito griego, quienes se resisten al cambio levantan cada día, desde la mañana hasta la noche, una pesada roca que nunca llega a concluir su camino. Al despertar la roca les aplasta y consumen el día ocupándose de la roca, obsesionados con ella, sin pensar en todos los caminos y ayudas posibles para liberarse de la carga.

El trauma que sufrimos nos ha “capturado” internamente, impidiéndonos reaccionar, muchas veces por nuestra propia culpa. Hicimos de la mala experiencia la vara que mide nuestras nuevas vivencias. Nos medimos con la medida del dolor y el resentimiento. Nos miramos al espejo deformado por los daños que sufrimos. Estas cadenas son las que nos impiden ser libres y tomar las riendas de nuestra vida, aquí y ahora, de cara al futuro.

Hemos llegado a convencernos respecto a nosotros mismos, a los demás y a la “vida”. Desde esas creencias asumimos lo que es posible y lo que no será e incluso fantaseamos con una “suerte” que nos tocó vivir que nos hace menos afortunados que a los demás. Desde nuestra ventana, todos los pastos son más verdes. Así comenzamos el lento proceso de autodefinirnos en la vida y esperar los cambios que nos traiga. Y reiniciamos – como Sísifo – la diaria rutina de repetir las malas experiencias una y otra vez, de envenenarnos día a día con los malos pensamientos y temores.

Liberarnos de la opresión

Estamos encadenados al pasado y nos condicionamos para el presente. Escribimos a ciegas nuestro futuro. ¿Esto debe ser así?

Como el lastre que impide elevar un globo aerostático cuyo destino es alcanzar el cielo, así son los hábitos mentales que nos aferran al fracaso. Está en nuestras manos soltar el lastre, romper las cadenas y sogas que nos atan a nuestros traumas y nos hacen construir nuestra imagen y actitud ante una vida que ya ha cambiado muchas veces desde entonces, o que si nos afecta hoy mismo, podría marcarnos para siempre.

El primer paso para esta liberación que aparenta ser imposible es la humildad. Las circunstancias de la vida no nos toman tan en cuenta como pensamos. Lo que sí influye y es cómo reaccionamos, que actitud tenemos ante la vida. La diferencia entre quienes triunfaron y quienes aun se encuentran en el piso tras los golpes, es la clave.

De alguna forma, quienes se encuentran “capturados” por sus recuerdos y resentimientos, logran “revivir” día tras día – no importa cuan diferentes sean unos de otros – su historia de dolor y discriminación. Sólo cuando rompen la cadena comienzan a ocurrir los verdaderos cambios, esas vivencias que les parecían que “sólo le ocurren a otros”.

Ahora, poco a poco, comenzarán a formarse nuevas creencias y convicciones. Pero habrá una sola y gran diferencia: las nuevas creencias estarán libres de ilusiones, porque tenemos en nuestro registro la experiencia del dolor y la frustración. Esto da las ventajas que superan a los demás, porque sabemos qué evitar y cuánto duele caer en lo mismo. Nos hace más certeros y exitosos, preparados para el futuro.

De alguna forma, el filtro que habíamos escogido para observar e interpretar el mundo, nos hacía ciegos e inoperantes. El nuevo filtro nos hace ver con una precisión infinitamente más efectiva y nos dota de una capacidad de actuar realizando nuestros anhelos.

Mirando un trauma o hecho doloroso hacia atrás, veremos cómo los hechos no cambiaron. Lo único que ocurrió fue no permitirnos cambiar. En eso y solo en eso estuvo la diferencia. Con razón milenaria, el ideograma chino de “crisis” también significa “oportunidad”.

La fortaleza de lo superior

El mismo dolor hizo a unos fuertes y a otros los mantiene desangrándose. Unos aprendieron, otros siguen aferrados a su dolor. Los cambios de la vida, como los de temperatura y clima en la naturaleza, hicieron crecer a los primeros. Les hizo fuertes y cargados de frutos.

Los cambios, negativos y positivos, son una escuela constante para quien desea aprender, y un estímulo formidable para desarrollar nuevos talentos y habilidades. El mismo Edison, al ser consultado por cómo se sentía después de haber fracasado diez mil veces antes de sacar su bombilla eléctrica respondió: “Yo nunca fallé. Tuve, sí, diez mil oportunidades para aprender algo nuevo.”

Romper con el pasado requiere también otro cambio en la actitud: abandonar el pensamiento inmediato y facilista. Desechar lo que complica es la medida para seguir fallando, porque nadie en la vida trabaja para nosotros ni puede impedir que ocurran cosas malas. Abandonar ante el primer problema no es el camino del éxito que lamentamos no alcanzar.

Pasar de contentarse con reaccionar ante la vida y hacer cambios en esas reacciones es el primer paso. El segundo, una vez alcanzada la convicción de desear ser libres y comenzar los cambios, será la proacción, de la que pronto hablaremos con más profundidad.

El poder curativo del perdón

Pocas pasiones humanas son tan comprensibles como el odio y el rencor. En efecto, es natural en el hombre el impulso a reparar la injusticia que siente ante un atropello, abuso o arbitrariedad.

La historia de los ofendidos esconde, normalmente, elementos que en estricta razón demandan una venganza que alivie, descargando la rabia y la impotencia. Rara vez se manifiestan casos de odio por situaciones sin una lógica que les dé motivos. Ni son historias de casos imaginarios, inconexos con la realidad. Sea como sea que se interpreten los hechos, el ofendido tiene razón. Al menos, una razón. Y el ofensor, sin duda, un motivo, al menos un motivo, para haber actuado así.

El perdón, ante los ojos del herido, aparece como una debilidad moral si no como una ridícula e injusta exigencia. ¿Cómo perdonar al desgraciado que marcó nuestras vidas por años, destruyendo en nosotros las posibilidades de ser felices?

La ofensa nunca es una sola, porque acarrea consecuencias, quiera o no el ofensor. La víctima queda mutilada, minusválida psicológicamente, para continuar su vida normal. La huella del crimen permanece como una cicatriz sangrante que se abrirá cada vez que algo en su vida le retraiga a los días del golpe. Y así, la vida emocional, laboral, económica, moral o espiritual queda mutilada. El ofensor será responsable, por tanto, no sólo de la ofensa original sino además de todas las consecuencias de su delito. Es una deuda enorme que crece y se acumula con el tiempo.

Proyectada en el tiempo, la ofensa es como una bola de nieve que aumenta con el rodar de los días, hasta devastar una vida y las de quienes le rodean.

Visto así, el perdón se antoja, más que nunca, como un atropello a la justicia, como una muestra de debilidad o de sometimiento ante el criminal.

Sin embargo, madurada la persona y ampliada su perspectiva de la vida, comprende la fortaleza y magnitud de espíritu de quien perdona. La magnanimidad se reserva a las almas grandes, no a las pequeñas y medrosas. La grandeza de alma está para quienes ejercen actos heroicos que contradicen las pasiones naturales de su alma, no a quienes se dejan arrastrar por ellas, haciéndose semejantes a los más elemental y primitivo, a lo inmediato del animal.

El perdón - desde el punto de vista psicológico - es uno de los menos comprendidos recursos curativos. Es también, de lejos, uno de los menos explotados de los remedios humanos. El perdón involucra un acto de la voluntad para superar la parte animal de sí mismo y renunciar al impulso de la venganza.

Por tanto, lejos de ser pasivo y sumiso, es un acto de gran fortaleza, actividad y madurez. Implica una visión superior de la vida y de la naturaleza humana. Y un eficaz corte con las consecuencias que nosotros mismos permitimos que tomase la injuria, abandonándonos a la desesperación y amargura de vida, pues fuimos nosotros quienes renunciamos voluntariamente a vivir lo que creemos que el ofensor no nos permitió con la herida. Fuimos nosotros quienes sumergimos en el dolor y la pobreza emocional a quienes nos rodearon todo el tiempo que transcurrió desde aquel momento. Nosotros, y no el ofensor, quienes nos privamos de vivir plenamente nuestras vidas.

El padre abusador, el jefe cruel, el criminal… todos los géneros de culpables abandonaron algún día el recuerdo del delito y continuaron su vida. ¡Y somos nosotros quienes mantenemos en nuestro interior presente y activo aquel daño!

El perdón es el bisturí invaluable que corta el cordón umbilical que nos une con el dolor y lo alimenta, manteniéndolo vivo.

El perdón no es lo que atenta contra nuestros intereses. Son el rencor, el resentimiento y el odio quienes atentan contra nuestros propios intereses. Perdonar los agravios que sufrimos nos libera del sufrimiento y nos hace otra vez dueños de nuestra vida.

El perdón nos libera del círculo vicioso de las mutuas rencillas, rencores y represalias. Cuántas veces más frecuentes son aquellas ofensas que recibimos de quienes nos rodean, sean nuestros parientes, cónyuges, amigos, colegas… Todos quienes cobrarán la primera oportunidad de desquitarse con nosotros por nuestra venganza, que procuraremos desquitar apenas se nos de el momento. De un pase mágico, nos convertimos en lo que más odiamos.

Perdonar es lo que nos libera de este vicio infernal, trayendo a todos – a ofensores y ofendidos – la paz y la conquista de una vida mejor y más plena. Perdonar no justifica ni libera al ofensor de culpa y cargo. Perdonar es liberarnos de los sentimientos y emociones negativas.

Por eso el perdón es superior y más beneficioso que la venganza, sobretodo en aquellos casos en que es más difícil perdonar porque se involucra nuestro orgullo y sentimientos más queridos.

La infidelidad conyugal, por ejemplo, con su carga de traición, burla al respeto y el amor herido, es probablemente uno de los actos más heroicos al perdonar. El impulso natural es a proteger nuestro orgullo ofendido, a buscar ciegamente una forma de castigo, ya sea el divorcio, el maltrato o el pago con la misma moneda, cuando no el crimen cruento y abierto.

El perdón, conciente y maduro, no ignora las causas que movieron a uno y a otro, sino que por sobre todos los motivos, pone el fin superior de la felicidad y bienestar. Las disfunciones emocionales - como las de la intimidad conyugal - provienen de esa carga creciente de ira no desatada, de la incapacidad de soltar la memoria que nos hiere, de esa debilidad de carácter que imposibilita la renuncia a la venganza, por mucha conciencia que se tenga de las consecuencias para todos. “No puedo perdonar. Por más que lo intento, no logro perdonar”, dirá el ofendido. Pero en verdad, no intentó perdonar poniendo todo de su parte. El perdón es un acto íntimo, independiente del otro. Por eso mismo puede darse con independencia del cambio del otro, sin impedir tomar las legítimas medidas frente a una acción indebida, siempre que sean medidas justas y no venganzas justificadas. Hablar con el ofensor, buscar medios para impedir la reincidencia, la búsqueda de caminos para mejorar la relación, son medidas maduras, que si se enfocan con más fuerza de la que aparentemente se necesitaría, de seguro inaugurará una vida superior a la que llevaban hasta el momento.

Pero… ¿cómo acabar con el resentimiento? Primero, haciendo con seriedad un auto examen psicológico, una revisión madura de nuestra conciencia. Es estúpido pretender que el perdón sea inmediato, apareciendo de la nada. Por mucho que pueda curarlo todo, no es un remedio gratuito.

Es necesario, para perdonar, indagar en lo que ocurrió y en sus causas. Es casi imposible esperar un perdón automático. Para perdonar el ofendido requiere haber descargado de alguna forma su ira, reconocer lo que tuviese de culpa en el hecho y sus secuelas… y considerar las consecuencias de su rencor.

Médicamente el rencor, la incapacidad de perdonar, también tiene efectos dañinos. Quien no puede perdonar manifiesta en el tiempo un apagarse la vida en él, consumiéndose en su rabia, perdiendo el sueño, trastornando la digestión hasta, por ejemplo, ulcerarse o incluso volverse delicados hasta la hipertensión. Muchos de los síntomas cardiacos y digestivos, las disfunciones del descaso y la pérdida del deseo conyugal, la hosquedad en el trato con los demás e incluso la pérdida del empleo o relaciones sentimentales provienen de la ira acumulada en quien no es capaz de perdonar.

Quien tiene la fuerza de perdonar experimenta un cambio radical. Desciende sobre sí una sensación efectiva de descanso interior, de entusiasmo por la vida, una energía espiritual renovada… un “renacimiento” en palabras de quienes perdonaron, liberándose del rencor.

No perdona quien no siente amor. Sin amor, el alma se seca, se resquebraja hasta límites vergonzosos de nerviosismo y debilidad emocional. Con amor podemos perdonar, y se manifiesta en aquel perdón hermoso que procuramos por el bien de los ofensores. En ese momento, aquel instante mágico del perdón derrama sus beneficiosos efectos. Las amistades, los matrimonios, las carreras profesionales, vienen a ser como soñamos amargamente haber sido imposibles. Y en el fuero más íntimo de nosotros, el perdón nos regala con la liberación de nuestra depresión, el rompimiento con vicios y dependencias, la recuperación del entusiasmo y creatividad, en fin, con el anhelado control de nuestras vidas para hacer con ellas lo mejor de nuestros sueños.

El perdón, en definitiva, logra el mayor milagro en la vida del ofendido: dar sentido y liberarlo de las pesadas cadenas que destruyeron su vida por tanto tiempo.

Cómo desarrollar la voluntad

Si observamos con atención, muchas de nuestras grandes derrotas en la vida se originan en la falta de voluntad. No se trata tanto de falta de deseos, o de medios, sino de no tener la fuerza de voluntad necesaria para hacer prevalecer nuestra meta ante los obstáculos y esfuerzos que nos separan de alcanzarla.

Pero la voluntad ha desaparecido de los modernos textos de psicología. Ya no se enseña, no se predica. Y se necesita más que nunca.

A confesión de todos cuantos descubrieron este concepto, quien domina el arte de la voluntad, cuenta con un poder magnífico, que abrirá las puertas a sus sueños y los hará realidad en cuanto sea posible… e incluso conquistará imposibles. Se dice que éste – el de la voluntad – fue el secreto más poderoso de los jesuitas, que les permitió la conquista del mundo e influenciar a naciones enteras para desarrollar su potencial.

El peso de la voluntad

Como personas, nuestra expresión natural es la voluntad. Podemos enfrentar, crear y recrear el mundo gracias a la voluntad. Pero esa facultad, para que se potencie y nos otorgue la plena individualidad, hay que ejercitarla, educarla, hacerla crecer.

¿Qué pasos seguir? Un orden sencillo y realizable no puede olvidar estos cinco puntos elementales: tener un propósito (enfoque), intención, motivación, evaluación y deliberación.

Con esto tenemos lo que podríamos definir como la “maquinaria” de la voluntad. Y de nada sirve una máquina sin un objetivo, sin una labor que cumplir.

Tal objetivo será nuestra meta, el final del camino que tenemos que recorrer. Una meta deseada, querida, de la cual estamos firmemente convencidos.

Lo segundo requiere un poco de introspección, de observarnos por dentro, con objetividad. Se trata de averiguar los “por qué” de nuestros desvíos de la meta. Conocer las causas de esos “autosabotajes” que frustran nuestros intentos, impidiendo alcanzar nuestro objetivo.

Para servirnos de guía, podemos hacer una pequeña lista de aquellas barreras, esas “otras motivaciones” que entraron en conflicto con nuestra meta, mirar con seriedad todas aquellas veces en que fuimos irresponsables, dispersos, inmaduros y apuntar qué fue exactamente lo que ocurrió y qué consecuencia tuvo, por qué no se pudo, etc.

¡Cuántas otras veces fueron nuestros distintos “yo” los que entraron en conflicto! Somos unos en el trabajo, otros en sociedad, otros en la intimidad del hogar, otros en nuestra vida religiosa, otros como padres, otros como hijos, etc… Apunte todo, todo lo que interfiere, lo que apoya y complementa, lo que dicta algún otro punto de vista en su interior. Llegaremos, así, a un momento de alineación de estos roles, de estas sub-personalidades, que potenciarán incalculablemente nuestra máquina de la voluntad.

¿Cómo lograremos ese motivo sin estar íntimamente movidos a alcanzarlo? La motivación es nuestra respuesta. Muchos han exagerado la importancia de este punto pero, sin embargo, nadie puede despreciarla o negar el papel fundamental que tiene en aplicar el resorte interior que nos impulsa. Motivos podemos tener muchos. Algunos motivos son meramente físicos, otros emocionales, otros intelectuales. Podemos estar motivados por una causa ética, religión, intereses sociales, artísticos, sentimentales, familiares, laborales, simbólicos o tantos otros igualmente poderosos.

Dicho esto, sopesamos el movimiento en una balanza interna: la mejor balanza del mundo, porque nos afecta en lo más íntimo.

Pensemos, pausada y serenamente: esto que deseo, que quiero tanto, que imagino en sus detalles para alcanzarlo, ¿por qué lo hago? ¿para qué? ¿qué enfrentaré? ¿por dónde me moveré? Aquí ingresan nuestros valores personales, el peso que tienen los campos de nuestra vida y todo lo que implica nuestro mundo interior y exterior ordenado valóricamente.

Trataremos, entonces, de tomar conciencia de nuestra posición y nuestra actitud ante todo el abanico de consideraciones que desplegamos ante nuestros ojos.

Finalmente, nuestros preparativos llegan al puerto de salida. Aquí, movidos y claros respecto a lo que queremos y sus consecuencias, sopesaremos todas las condiciones formales del problema, es decir, el “cómo lograrlo”, y las respuestas a todos los problemas que prevemos que se puedan presentar.

Hemos concluido nuestro viaje por el interior de la maquinaria de la voluntad.

Ahora, ¡manos a la obra!

Ahora, el primer enemigo que encontraremos será la dispersión. No podemos conquistar todo de un solo golpe, con un mínimo esfuerzo ni a un mismo tiempo. Tendremos, entonces, que jerarquizar, priorizar y descartar. Aprender a renunciar a todo en lo inmediato es el primer paso para hacer efectivo nuestro entrenamiento de la voluntad. Se trata de aprender a decidir nuestras preferencias inmediatas.

Mientras más aprendemos la experiencia de la voluntad, mejores y más expertos nos volveremos en el arte de decidir. Nos convertiremos en más potentes y efectivos. Los ensayos y errores nos irán fortaleciendo y madurando en la responsabilidad. Hemos decidido libremente, somos responsables de nuestros actos.

En esta ocasión sólo hemos abierto este tema a su consideración. En otros artículos iremos respondiendo sus consultas y ampliando el apasionante mundo del poder de la voluntad, para desarrollarla y servirse de ella como instrumento de logros, mejoría y superación.

El círculo de la depresión

¿Ha pasado usted por un mal momento? Todos, como usted y yo, hemos vivido experiencias dolorosas. Pésimas, incluso. Y es que el dolor, las frustraciones, la injusticia o la muerte alcanzan a cualquiera, sin distinciones ni barreras que les protejan. Pero eso no sirve de consuelo al que sufre.

Junto al que vive una mala experiencia, siempre encontraremos a uno que tiene más problemas y otro que tiene menos. Pero no todos se deprimen. Algunos se deprimen con más desastres en sus vidas y otros con aparentemente muchos menos. Pero el juicio de cuánto pesa en cada uno el mismo dolor es personal, íntimo. Unos pasan como si nada por una triste relación sentimental. Y se sobreponen y salen adelante. Otros, ante la misma situación, caen en depresiones más o menos profundas, más o menos prolongadas. Y así con la ruina financiera, una enfermedad, la muerte, un trabajo ingrato o incluso por el abandono de los seres queridos.

Pero no todos los que sufren están deprimidos. La depresión ingresa no por el sufrimiento sino por la actitud y hábitos en torno al dolor.

Buscar las claves, cambiar el espejo

Entonces, ¿qué actitudes nos ayudarán a identificar si estamos cruzando el umbral hacia el campo destructivo de la depresión? ¿Cuándo resulta conveniente pedir ayuda, apoyo o guía para salir adelante?

Lo primero es cambiar el “espejo de casa”. A fuerza de gustos, rutinas y rechazos, nuestros espejos internos se vuelven borrosos, deformes, y exagerados respecto a quienes realmente somos y donde en verdad estamos parados. Al modo de los espejos de las casas de parques de diversiones, nosotros y nuestro mundo se deforman y aparecen excesivamente altos, pequeños, anchos o tenebrosos.

Cambiar el espejo es cambiar nuestras miradas aportando las de otros, más objetivos y preparados no tanto para lanzar juicios y opiniones sobre nosotros, sino más bien para cooperar en nuestro proceso de comprensión de nuestra realidad. Las claves están dentro de nosotros pero la luz del sol que nos ayuda viene de afuera. Salir de lo que asumimos día a día nos ayudará a enfocar más objetivamente.

Si una pregunta bien hecha nos entrega la mitad de la respuesta, éste es el momento de preguntas para aclararnos y tomar las herramientas adecuadas. Aprender a valorarnos mejor y trazar un mapa interno con nuestros peligros y tesoros será el paso que daremos.

El diálogo interno: sin introspección no hay cambio

Acostumbrados a una perspectiva superficial, las respuestas preformuladas pueden ayudar a seguir adelante sin aparentes preocupaciones. Sin embargo, pretender echar un manto de polvo sobre los problemas ayuda a no verlos, pero no los elimina.

Es fundamental el proceso de introspección, de desarrollar una auténtica vida interior y crear un diálogo interno que nos hable de nuestros deseos, miedos, fuerzas y esperanzas. No es tan difícil de lograr como parece.

Ejemplos del diálogo

Recreemos un poco este concepto. Una de las trampas mentales más porfiadas es la de dejar que el tiempo remedie los problemas. Internamente nos examinamos y descubrimos la mar de cosas que están a la espera de que el tiempo solucione nuestros problemas.

Tales decisiones que nunca tomamos, aquellos problemas que nunca remediamos, están sentados a la vera del tren de la vida, acumulándose y destruyéndonos poco a poco. Podemos ciegamente esperar a que un pase mágico nos evite el trabajo de enfrentar nuestra vida, pero sin tomar el toro por las astas y acometer contra los problemas, tomando una actitud decidida y constructiva, nunca se aliviarán. La ley del universo es la entropía, tender a la destrucción y al caos. Nada mejora por sí mismo, abandonado a sus propias fuerzas.

Sostener relaciones sentimentales destructivas, empleos corrosivos, problemas irresolutos y toda la variante de “pendientes” que carcomen nuestra vida, son la expresión personal de esta trampa mental. Verla y enfrentarla es el paso que debemos dar a continuación.

Para ello, observaremos el problema y responderemos con franqueza: “No, no es verdad que mañana podré hacer lo que hoy pudiendo hacer algo no resuelvo hacerlo. Mañana será más complicado y sólo busco una excusa para mi cobardía. No deseo pasar otro día más dañándome, entre tensiones y angustias. Ya lo hice ayer así y probablemente seguiré adelante mintiéndome y autodestruyéndome pudiendo tomar medidas y resolver ahora, dejando de sufrir”. No importa como retorzamos la realidad: el espejo muestra la verdad y no hay fuerza ni truco que la cambie.

Es verdad que muchas cosas seguirán mal, pero la actitud fundamental ha cambiado. Los problemas complejos y aparentemente irresolubles pueden ser mirados desde otro prisma. Es verdad que tenemos necesidades materiales, pero destruirnos la salud o romper nuestro corazón ataca aspectos más valiosos que lo que prendemos conservar o lograr.

Quizás delegamos la toma de decisiones por temor a responsabilizarnos de nuestros actos. Quizás arrastramos con nosotros malos hábitos y hasta adicciones que no queremos reconocer o enfrentar. Y preferimos el daño a las turbulencias dolorosas – pero pasajeras – del cambio.

Aprender a valorar

La introspección nos ayuda a querernos mejor a nosotros mismos. Y en la medida que nos cuidamos, mejoramos nuestra calidad de vida y la de los demás. Mientras menos cuidamos de nosotros, más tiempo viviremos en la sombra del dolor y de la angustia. Más tiempo pasaremos sufriendo.

Finalmente, desechemos todas esas suposiciones que nos atormentan. Lo que opinan los demás, los sentimientos de los otros, los supuestos en el futuro… ¿cuántas veces no terminan cumpliéndose simple y sencillamente porque nosotros mismos generamos esa reacción?

Seamos honestos: perdemos más tiempo y energía sufriendo y evitando lo que ocurre en nuestra imaginación que poniendo el esfuerzo en vivir con plenitud nuestras vidas. ¿Quién no se sorprendió intentando aclarar un punto que nos atormentó por mucho tiempo y que el otro ya había olvidado o que ni siquiera notó?

Es posible que por un capricho del azar entre quienes le rodean “todos sean malos”. Pero es poco probable. Vivir con desconfianza, colgando nuestras vidas del la opinión de los demás, es entregar en sus manos nuestra libertad y felicidad. Somos marionetas, no seres libres.

Entre temer y vivir temiendo hay un abismo incalculable. Todos tenemos temores. Temor a lo desconocido, temores justificados, temores injustificados y hasta temores ridículos. Pero el temor nunca es obstáculo para el que realmente desea la felicidad. Por el contrario, los éxitos se construyen sobre las soluciones que encontramos para enfrentar y superar esos temores. Tales remedios constituyeron, en todos los casos, el cimiento firme por el que los temerosos caminaron con pie firme a su bienestar.

Actores tímidos, militares cobardes, artistas inseguros, amantes en desventaja, políticos con temor al público… A veces por ignorancia desconocemos los calvarios que pasaron nuestros héroes favoritos y que hoy admiramos precisamente por aquellos que en su momento les hicieron sufrir tanto y que hoy son su fama y sus triunfos.

Ninguno de ellos esperó en la puerta de su casa a que el éxito les trajera sus sueños hechos realidad. Ellos fueron en busca de sus sueños. No tragaron ilusiones porque no esperaron a que las cosas se arreglasen por sí solas. Su actitud fue cooperadora con la vida.

Los únicos que recibieron lo que esperaban, sin hacer nada, fueron los que esperaron calamidades. Aquel que temía expresar su amor verá como el ser amado se va con otro, como el que teme la pobreza la sufrirá si espera que las riquezas vengan solas o como quienes temen enfermedades continuamente, que con probabilidad algo sufrirán, siquiera una crisis de nerviosa por autosugestión.

Ver con claridad y ponerse a trabajar

Nadie niega que sus problemas sean reales o incluso monumentales, insalvables. Lo que sí debemos decirnos intensamente es que si no queremos deprimirnos, debemos procurar superar nuestra actitud, por mucho que no cambiemos el problema. Nadie pide que se niegue el problema, sólo se recomienda la autocrítica a lo que hacemos por salir adelante.

Los grandes pesimistas no atrapan más que problemas. Son expertos en encontrar el pelo en la leche, el negro en el blanco. No por eso son más inteligentes. De hecho, suelen ser menos listos, más tontos si se quiere, porque en lugar de utilizar sus talentos para prevenir riesgos, se quedan encandilados en los puntos negros, adorándose a sí mismos por su acierto al descubrirlos y trabando todo avance.

Los grandes optimistas no niegan los problemas. Aún podríamos decir que superan a muchos en la visión de las complicaciones posibles. La diferencia entre ellos y los pesimistas es que no se concentran en lo negativo, perdiendo sus fuerzas en la frustración. Los espíritus positivos reúnen sus fuerzas en superar los obstáculos – no en negarlos - y alcanzar lo que desean. Ser objetivos es precisamente ver sin aumentos ni disminuciones. Ver tal cual las cosas se nos presentan, sin adjetivos.

Con este diálogo interno y fuerza de voluntad, lograremos operar los cambios y pedir la ayuda que sea necesaria.